Precisamente en El Zócalo, frente al Palacio Nacional. Observé de lejos a quien hoy es mi amigo. Yo soy el celador voluntario del lugar. Ví a su hermana, la chica más bella.. Discutían. Como una parejita de políticos, uno del PRI, otro del PRD. El no sabía que ella es la bastarda de un politicastro, yo sí. Al fin se enteró. Mas ella está jaloneándole y él no dejándose jalonear. Chistoso. Entonces, fue que intervine. Les caí, «¿qué onda? Se me apaciguan los dos», dije.
¿Dónde estás, lugar de piedras y tunas, compuerta de agua y de mosquitos?, pregunté al curioso. Y dije que ya habían construído la catedral en el lugar que decía y que nosotros, los hijos de siglos del pasado, velaremos el sueño profundo del Tenochtitlán. Es que soy el celador misterioso que mientan.
Como vivo en el lugar donde las flores y las águilas brotan hasta el infinito, cueponizqueh in xochime, puedo ver desde El Zócalo quién entra y quién de la Catedral. Puedo proteger a los infelices y castigar a los que profanan la memoria de quien ya se fue al cielo, o está dormido.
«¿A qué vienes tú a El Zócalo? ¿Quién te da pájaros negros si eres blanco?», le pregunté.
«El Aguila que habla».
El águila no llegó y se quedó sin quién hablar. Le dije: «Seamos amigos. Habla conmigo. No tengas miedo». Tomé su pulso.
«Puto, no me toque».
Para convencerlo de que no soy maricón, le mostré mi cuerpo de tenocha. El cuerpo verdadero. Le hice unos guiños a su hermana. Pero ella no parecía verme. Su hermano estaba hablando con una fantasmagoría. Eso pensó ella.
Se equivoca. Para yo platicar, lo primero que hago es ubicar lo hermoso. Ella es la niña que yo llamo Hermosura. Desde que conozco a su hermano, lo invito a desnudarse conmigo y él me presta la alberca de su casa. Pienso entonces que me sumerjo en Texcoco, o Aganipe, o Hiprocrene. ¡Las agua son como palabras que acarician!
Entonces, él es más platicador. No me tiene miedo. Dicen que él habla a solas porque no observan que está conmigo. También su hermana nos acompaña a veces cuando doy hidroterapia a mi cuate. Yo gozo un chingo. Pero es el agua quien la acaricia.
Ella se mete con un bikini azul en el jacuzzi y yo me acomodo, con mi verga parada. ¡Moles, me cae con esas estupendas nalgas y me la atoro ricamente! El me ordena que me vaya. No me permite que me goce a su carnala en su presencia. Algún día yo podré tener un cuerpo, macizo y sólido. Puede ocurrir de un momento a otro y, si con estos conatos de cogida me sorprende la corporeidad, ¿se imagina? Ella se muere de vergüenza y le saco la mierda.
¿Qué hago, cómo justificar la escena? El es capaz de matarme, o ella de sacarme a escobazos como se azota a los brujos. No sé qué pueda ocurrir si ella se halla en el pino, sin saber por qué. A los tres nos llevan a La Castañeda ese día.
29-08-1980 / Del libro
Cuentos para esoteristas y otras menudencias
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