Friday, December 7, 2007

La presencia importuna

Aquella noche del Gran Fornicador escuché sus voces. Ví la mujer que lloraba sobre la falda de un monte.

En la Teogonía Orfica, el monte es llamado Egeo, a las márgenes del río Neda. ¿A quién Hesíodo engaña con esa equivocación? Eso me hicieron creer. Mas yo conozco mi vecindario. Distinguí la voz de mi madre y del hombre que no es su marido.

Ese lugar de mi casa está en el merito Distrito Federal. Ese montecillo es un pedacito de área verde que hay en Coyoacán... Que Egeo ni que Egeo… El fornicador tenía una voz muy autoritaria y la mujer, muy parecida a mi madre, quedó cubierta por él. Es decir, supongamos que no aluciné aquella noche: mi madre dijo que lo que yo ví, o sucedió o lo soñé. Fue una irrealidad, según ella. Otro día me dijo que fue el fantasma de mi padre que regresó a visitarla. Me mentía como Hesíodo. Creen que soy tonto. Pero yo ví el cuerpo del fornicador monstruoso, lleno de pelos de oro, como los de la barba rojiza de Voisin.

Nueve meses después mi madre colocó una piedra en unos pañales porque una niña nació y él regresó a verla, aunque fuese la única y última vez...

No recuerdo más. Cerré la puerta con terror y ellos me gritaron, con insultos, pero yo nos quise responder ni mirar.

04-08-1980 / Cuentos cortos de Carlos López Dzur

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