Friday, December 7, 2007

El transportador

Un día naceré y seré muy hermoso como Quetzalcóatl, sin miserias sociales ni orgánicas. No sé cuándo naceré. Puede que sean tantos años que conozca a Ella, a la que hoy amo, cuando ya esté muy vieja, guanga y climatérica. Tal vez ya no me inspire el apetito que ahora me obsede. También él, su amante, estará viejo. Entonces, mi Ego mayor verá la precariedad real de todo lo visible. Es una lección que no aprendí en otras fases de mi evolución...

Recuerdo la última vez que tuve un cuerpo. Se construía la Gran Muralla. El matarife de Tamerlán destruyó a su paso la cultura china. Esclavizó a muchos pueblos. Tuve la fortuna de escapar y con otras pocas de mis gentes llegué a la Laguna de Texcoco... ¿Adivine para qué? Para edificar una ciudad. Una ciudad de puras ichpocatzintli, chamacotas con hermosura, todas cogibles, generosas de pechos, paridoras como Gaia... una ciudad de hombres de agua, ríos de tlacaxinachyo, el semen creador de la generación humana ic yolli, con corazón.

Me dediqué, desde entonces, a transportar a los enfermos a los pozos afóticos: a curar la demencia, la tristeza, el dolor... En pocos años, ví mi cuerpo reducirse a nada. Y me convertí en el vampiro del Lugar de las Sombras.

22-08-1982 / Del libro de Carlos López Dzur / Cuentos para esoteristas y otras menudencias

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