Friday, December 7, 2007

El vaticinio

Se equivocó el fulanazo de los malos vaticinios. El adivinador que consultan en el pueblo. Dijo una vez, antes que el tiempo lo desmintiera, que las hijas del boticario, con fama de masón, son unas arañas secas y estériles, que comen la carroña en los ortigales. Se equivocó porque se dejó influenciar por un cómplice, quien fue el primero que las tildó de infelices, moscas muertas, muertas de hambre. Vaticinó que terminarían con las verijas demacradas, con las nalgas enjutas, oliendo a perro muerto.

De plano que se equivocó: la hija mayor del boticario se casó muy bien casada, con el traje blanco y misas en Catedral. Y la más chiquilla le entró en serio a la canción y al teatro. Se está pudriendo en billetes, porque es putica fina y pura candela. La mediana, que vive en las áurea mediocritas, es empresaria exitosa y ha acaparado la belleza para sí, aunque ya no se le admire su presencia en el barrio. Hay que ir a New York, a Londres, a París, ya que es modelo y diseña ropa.

Ninguna de ellas, por destino, nació para vestal del templo de Hestia y Cibeles. Fueron pobrecitas, flacas, pero pacientes, talentosas y perseverantes. En el cruel mundo, dignas son de admirarse. Si la felicidad, en las esferas de los gallitos y los huevos, es sexo, a ellas las pasan por un pino de verdad, con el apetito venéreo de los gallos y, a veces, tienen suerte y follan con los amorosos.

Si hay huevo, éntrele a lo barato.

09-11-1983

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