Friday, December 7, 2007

La receta

Me vestí con un cuerpo de penas: un niño con SIDA. Y los curas españoles fueron a pedir una limosna a una mujer muy rica del Patronato del Hospital de la Sociedad Católica de Catecúmenos. Soy el niño con SIDA por lo que fui con ellos, los sacerdotes. Me vestí con cuerpo tal, siendo de alma antigua, para predicar por la causa. La filantropía.

El niño les inspiró una gran ternura. Fue que yo abrí la boca e invoqué la crueldad de España con los indígenas y pedí que, en memoria de Morelos e Hidalgo, fuese generosa. El niño habla con madurez. Y lo fue. Ella me besó y me bendijo. A los curas se le salían los pedos. El cheque les temblaba en las manos. Por cierto, el hijo de la señora es un enfermo mental y se escondió ese día. Los catecúmenos le quitan el apetito, siente náuseas por los religiosos y, ante sus presencias, lo ataca una cierta arritmia cardíaca para la que lo recetaron con beta blockers.

Ella contó la historia de su hijo al niño que la enternecía por su cabeza pelada. Sí, me contó la historia y también yo receté.

En poco tiempo, ya no necesitó de los beta blockers. Dije a la madre del enfermo: «Esto es lo que su hijo necesita: flores de zempasuchitl». Fue un regalo que hice a las pocas horas. Así supo él que yo vine a ver su madre y que los curas no comen gente. Son simplemente ignorantes, hijos de la fantasmagoría de la historia y de la ciencia de los gachupines. El muchacho rico como que presentía que pasaríamos por su casa.

En los tiempos de los tenochas, se llamaba a la hermana menor del enfermo. «Huetzcani iuctli»: Hermanita sonriente. En fin: se decía como les expliqué: Traed agua con semillas de zempasuchitl, acariciad con un trapo sus pies, sus rodillas, su pecho, acariciad su cabeza. En esa receta, dí la clave de su curación. La mujer rica leyó la notita que dejé en la bolsita de semillas para su hijo. Al seguir las instrucciones, fielmente, redujo su hipertensión. Ella misma se llenó de una fe extraña porque amaba al hijo.

Aquella misma mañana, él necesitó del remedio. Y ella lo vio mal como creyó que moriría. Mas leyendo mi receta, fue por una de sus hijas, la menor Catherine, la niña sonriente. Y la hizo seguir las instrucciones que dí. Frótesele el pecho con un paño y aplíquesele la cantaplasma con zempasuchitl.

Santo remedio:bajó la presión sanguínea y muscular en un santiamén.

Eso sí: entre nosotros, siglos atrás, no usábamos beta blockers, sólo la sonrisa de una niña... Desde que nadie se brinda para tareas de amor, la cura tarda. Los mamarrachos no curan a nadie. Un niño entristece por tan tontq razón de que nadie le chupe los deditos ni le besa la frente...

02-08-1980

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