Friday, December 7, 2007

La deseada

Que yo nazca, elija un vientre bendito, crezca con la genética y edad en la que La Deseada y yo llegáramos a amarnos, tomaría mucho tiempo. Llegué tarde a su vida. Lo sé. De todos modos me gusta, pero es el cuerpo de otro quien la atrae. ¡Qué envidia! ¡Qué ubicación, mi deseada y mi hermano, ella enamorada, sin ambages, y él que dice: ¡Somos el uno para el otro! ¡Qué celos tengo que prefiero que no seamos carne de la misma carne, que me resisto a que no sea mía! Es mi tormento.

Ambos sin odiarme, si soy el hermano de la mutuamente deseada y yo… con pensamientos de luto. De cierto que les provoco con mis atenciones no solicitadas. «¡Encélate; agrédeme; también yo la deseo!» y tendría un pretexto para matarlo, si fuese necesario. La Deseada es mi aliento. Si a ella la matara, por igual muero. ¿Volverá a nacer una mujer sublime, tan afrodisíacamente tentadora, luminosa y exquisita?

La Naturaleza no tiene moral; es más, el amor de la naturaleza es un milagro obsceno... No soy atrayente como él. Mi cuerpo es horrendo. ¡Estoy plagado por demonios que son gente que no cuidó el corazón! Demonios que son hasta estas ganas mías de lo ajeno y de lo inmerecido. Por lo feo, nunca se me ha dado algo medianamente valioso o exquisito. Ni una mujercilla como ella. La Deseada. Por contraste, mi hermano es hermoso y recibe lo más hermoso a mis expensas porque yo soy el sacrificado, el que hago el bien. El disfruta. Vive en la gratuidad. Cree que merece hasta lo que haya sido lo mejor de lo mío. Oportunista, vanidoso, narcisista: «¡La Deseada está en tus brazos, en complacencia y con eso me maltratas, sin saberlo, suficientemente!»

Mi labor es pesada, aún ingrata. Llevo al Lugar de las Sombras, es decir, a los pozos de catecholamine a quien sufre. Mi hermano no ha sufrido jamás. No irá a un lugar de sombras. Nunca. De ese jacuzzi de aguas químicas, del intramundo natural, reguladoras del sistema nervioso simpático, no necesitará porque tiene salud de rey y dulzura en su semblante.

Doy mi corazón y mi salud en favor de los que sufren, sin exigir nada. ¿Nada? Hoy dudo que sea así.pero pregunto: ¿Qué da él? Sexo a mi amada. A Mi Deseada. Da mi desdicha.

En realidad, se nos compensará, a su debido tiempo, con más paciencia y supuestamente haré un regreso a la Tierra, lleno de hermosura y privilegios, como los que mi hermano tiene. Mientras se cumple la recompensa, me muero de envidias y celos y no se me obsequia sino la descomposición de unos, el perfeccionamiento progresivo de otros, la carga humana que llevo. De otros, no de mí, serán las perfecciones… Ir a los pozos afóticos de la sangre es tarea altruísta que te marchita al grado que desapareces para la hermosura y el amor. Te desintegras. Visitas los nueve infiernos como jefe entre los muertos. Te asomas al mundo hermoso de la vida y descubres que no eres nadie. Estás casi sin cuerpo, pero con todas las pasiones vivas.

Si La Deseada no me mira, es por asco que le doy y así me mata, con desdenes y sonrisas. Ella me quita las ganas de esperar y nacer, una y otra vez. Es muy contradictorio ser lo que soy por destino: poderoso deseo y renunciación, perfección e imperfección, al mismo tiempo. Menos duro sería sufrirla, despreciándome y amándolo a otro, no a carne de mi carne, con esa lujuria descabellada…

2-08-1980 / De libro de cuentos de Carlos López Dzur

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